jueves, 2 de marzo de 2017

El robo del fuego

Hace miles de años el ser humano no conocía el fuego, por esta razón comía sus alimentos crudos. En cierta ocasión, los Tabaosimoa, los ancianos gobernantes del pueblo, decidieron reunirse para discutir la forma de conseguir alguna cosa que permitiera cocer los alimentos. Después de ayunar y orar ritualmente, se sentaron a dialogar. De pronto, vieron pasar una bola de fuego en el cielo que se sumergió en el mar. Quisieron atraparla, pero les fue imposible. Cansados por el intento, los ancianos reunieron a los hombres y los animales para ver si encontraban quién pudiese ir por el preciado fuego. Un hombre dijo que si le proporcionaban cinco hombres, iría al lugar por donde sale el Sol y traería un rayo. Los Tabaosimoa estuvieron de acuerdo y los seis hombres, después de ayunar y rezar a sus dioses, partieron hacia el oriente llenos de fe y esperanza. Pasado un cierto tiempo, llegaron a la montaña donde nacía el fuego. Pacientes, esperaron la llegada del nuevo día, pero pronto se dieron cuenta de que el fuego nacía en otra montaña más lejana. Reemprendieron su camino hacia la nueva montaña. Esperaron hasta el amanecer, pero se percataron de que el fuego nacía en una tercera montaña, aún más alejada. Decidieron dirigirse hacia ella, pero sucedió lo mismo. Cuando llegaron a la quinta montaña estaban tristes, cansados y desalentados, por lo cual decidieron regresar. Al llegar al pueblo, les contaron a los Tabaosimoa el fracaso sufrido. Los ancianos agradecieron su empeño a los seis hombres y pensaron que jamás podrían obtener el preciado fuego.

En ese momento apareció Yaushú, un Tlacuache muy sabio quien les relató a los principales que en un viaje que había emprendido hacia el oriente había percibido una lejana luz que le había intrigado. Decidido a averiguar de qué se trataba, había emprendido la marcha durante muchos días y noches, durmiendo y comiendo muy poco. La noche del quinto día vio que en la entrada de una gruta ardía una fogata de donde se desprendían grandes llamas y un torbellino de chispas. Sentado sobre un banco, un viejo miraba el fuego. Era un hombre alto, vestido con taparrabos, de blancos cabellos y ojos increíblemente brillantes. De tanto en tanto, alimentaba la fogata con leños. Tlacuache contó que, muy asustado, se había escondido detrás de un árbol, porque se dio cuenta de que se trataba de alguna cosa caliente y peligrosa. Cuando terminó su relato, los Tabaosimoa le pidieron a Yaushú que volviera al lugar del prodigio y les trajera un poquito de fuego. Tlacuache aceptó. Los ancianos y las personas del pueblo ayunaron y oraron para que todo saliese bien, y le amenazaron de muerte si se atrevía a engañarlos. Yaushú se limitó a sonreír, sin proferir palabra. Después de ayunar y orar por cinco días, los ancianos le dieron a Tlacuache cinco sacos de pinole para que se alimentara durante el viaje. Yaushú afirmó que regresaría en otros cinco días, que el quinto día deberían esperarlo despiertos y que, en caso de que muriese, no lamentasen su perdida. Tlacuache emprendió el camino con su pinole guardado en un morral. Al tiempo, llegó al lugar donde se encontraba el hombre viejo contemplando el fuego. Yaushú le saludó sin recibir respuesta del anciano. Volvió a saludar y el hombre del fuego le preguntó qué hacía en ese lugar a tan tardía
hora. Tlacuache le respondió que era el emisario de los Tabaosimoa y que estaba en busca de agua sagrada. Como estaba muy cansado, pidió permiso al viejo de pernoctar ahí. Después de mucho suplicar, el anciano accedió a condición de que no tocara nada. Yaushú se sentó cerca del fuego, sacó su pinole, lo diluyó, vertió un poco sobre el fuego por encima de su hombro, e invitó al anciano a compartirlo. El viejo se lo agradeció y se durmió. Mientras Yaushú lo escuchaba roncar, pensaba en la forma de robarse el fuego. Sigilosamente se levantó, tomó una brasa con su cola y se alejó. Cuando llevaba un buen trecho de camino recorrido, sintió una borrasca y vio al viejo encolerizado parado frente a él: le amenazaba con la muerte por haber robado algo que no le pertenecía. Agarró a Tlacuache para quitarle el tizón, pero éste no lo soltaba aunque le quemaba y causaba dolor. Furioso, el hombre lo pisoteaba, lo sacudía, y le trituraba los huesos. Seguro de haberle dado muerte, se regresó a seguir cuidando el fuego. Por su parte Yaushú rodó por todo el camino envuelto en sangre y fuego, hasta que llegó frente a los Tabaosimoa que estaban rezando. Moribundo, les entregó el tizón y los ancianos encendieron leños. Tlacuache no murió, y fue nombrado el Héroe Yaushú. Desde entonces, se le puede ver caminar por los senderos con su cola completamente pelada.

Fin

Fotografia de la red

Tlacuache :Marsupial Mexicano

Pinole: Maíz tostado y molido con el que se prepara una bebida refrescante muy usada por los viajeros.


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